Tomó el libro que comenzaría a leer,
saltó las páginas sin encontrar el final.
Ella que siempre leía el último párrafo
tuvo que respirar profundo,
aguantar la curiosidad
y dejarse embriagar.
Se enredó entre cabellos rojos.
Siguió los pasos de la inocencia.
Era una Sierva María de los Ángeles,
Una niña entre sirvientes.
Era todo lo que las letras describían,
porque podía serlo.
Tenía la imaginación atada a la fantasía.
Ella no quería dormir,
quería seguir soñando
con el correr de la historia.
Se enamoró de un sacerdote,
se enamoró de esa niña,
de la poesía,
de lo increíble.
Ella nunca fue obligada,
tuvo la suerte de encontrar un libro más.
Quiso un collar con un pescadito de oro,
esos que hacía el coronel en el día
y fundía para rehacerlos al siguiente amanecer.
Deseó conocer el hielo con admiración,
como si fuera la primera vez.
Ella veía todo lo que el mago había descrito,
palpaba con sus pequeños dedos
aquellas letras que la elevaban.
Anheló verse rodeada de mariposas amarillas
Y perdió el aliento cuando leyó el final,
al entender el porqué de "Cien años de soledad"
Ella lloró, como siempre lo ha hecho,
porque su corazón se dejó tocar.
Porque no hay razón mas bella para estremecerse
que una buena historia.
Daniela Alejandra González Caicedo
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