viernes, 25 de abril de 2014

Melodía

Sentado a la orilla de mi mirada,
Elevado entre tus pensamientos,
Con los ojos brillantes y soñadores
Así me esperabas ese día.

Con estrellas entre tus manos,
Con los pies puestos en el cielo,
Suspirando bocanadas de brisa,
Desamarrando la luna del firmamento.

Con una corona hecha de aurora,
Enredando mi voz en una guitarra,
Murmuraba mi amor para ti.

Porque aunque no me lo esperaba,
De una manera muy extraña
Nuestras vidas encajaron
Como una perfecta melodía.

Entonces,
Nos vimos envueltos entre líneas,
Pentagramas y luceros
Abrazaban nuestros cuerpos.

Y entre notas de diferente tonalidad
Mis labios se abrieron hacia ti como rosa,
Para brindarte besos y cantos,
Para decirte cuanto te quiero.

Porque al final esta partitura,
Escrita con mis pálpitos,
Solo termina con un final único
Como tú.



Daniela Alejandra González Caicedo

viernes, 18 de abril de 2014

Ella, la que leyó a García Márquez

Tomó el libro que comenzaría a leer,
saltó las páginas sin encontrar el final.

Ella que siempre leía el último párrafo
tuvo que respirar profundo,
aguantar la curiosidad
y dejarse embriagar.

Se enredó entre cabellos rojos.
Siguió los pasos de la inocencia.
Era una Sierva María de los Ángeles,
Una niña entre sirvientes.

Era todo lo que las letras describían,
porque podía serlo.
Tenía la imaginación atada a la fantasía.

Ella no quería dormir,
quería seguir soñando
con el correr de la historia.

Se enamoró de un sacerdote,
se enamoró de esa niña,
de la poesía,
de lo increíble.

Ella nunca fue obligada,
tuvo la suerte de encontrar un libro más.

Quiso un collar con un pescadito de oro,
esos que hacía el coronel en el día
y fundía para rehacerlos al siguiente amanecer.
Deseó conocer el hielo con admiración,
como si fuera la primera vez.

Ella veía todo lo que el mago había descrito,
palpaba con sus pequeños dedos
aquellas letras que la elevaban.

Anheló verse rodeada de mariposas amarillas
Y perdió el aliento cuando leyó el final,
al entender el porqué de "Cien años de soledad"

Ella lloró, como siempre lo ha hecho,
porque su corazón se dejó tocar.
Porque no hay razón mas bella para estremecerse
que una buena historia.



Daniela Alejandra González Caicedo