domingo, 1 de diciembre de 2013

Esta vez no escribiré un poema

Hay momentos como hoy en los que vuelve la tristeza. No sé si lo han notado (los que me conocen, es claro) que muchas veces actúo como mamá. Yo no tengo necesidad de decir lo mucho que me preocupan las personas, solo hago las cosas y luego me doy cuenta de que hago tantas cosas, que me dedico tanto a los demás, que me preocupo mas por otros que por mi misma. Y entonces, es allí cuando mi mamá me dice que deje de hacerlo. Mi voz interna, una que me atormenta hace mucho me repite lo tonta que soy.

Lo peor, es que además de ser tonta, al final termino culpándome de todo. Yo soy la que provoca las cosas aunque haya intentado todo por evitarlo. A veces pienso que muchos estarían mejor sin mi. Sin mis opiniones, sin los consejos que suelen decirse aunque haya escuchado alguna vez que aconsejar es lo peor que se puede hacer. Cuando yo estoy se guarda silencio, cuando me voy hay risas, hay largas conversaciones, hay salidas. Esa ha sido mi vida, un continuo subir y bajar de emociones alrededor de la misma cosa. Tengo la sensación de no poder hacer amigos. Siempre sucede lo mismo, quisiera creerme el cuento de que yo soy la completa culpable, tal vez sea así.

Recuerdo que en alguna de las ocasiones en las que fui de visita a mi colegio luego de graduarme, la orientadora me dijo que al fin había empezado a hacer algo en serio en contra del 'bullying'. Muchas cosas pasaron ante su mirada (y la de los demás docentes) mientras estuve en el colegio. 

Nunca es fácil ser el nuevo del salón, no se conoce a nadie y en algunas ocasiones (como me sucedió a mi), hasta te miran raro porque ni siquiera tienes el uniforme al principio del grado. Los niños pueden ser entonces tan crueles, incluso mas las niñas que los niños. El paso de un colegio mixto a uno femenino fue un giro de 180°. Yo fui esa que en un descanso se sentó al lado de un grupo de niñas y una de ellas le dijo -¿Por qué te sientas aquí?¿Quién te invitó?- para después pedir que me retirara. Y entonces, luego de repetirse la escena, no me quedó mas que pasar esos minutos de recreo en una de las esquinas de la cancha del colegio, compartiendo conmigo misma.

Hubo un momento que por fin creí haber encontrado esas amigas "para toda la vida", esas con las que piensa uno reencontrarse después del bachillerato e inclusive después de la universidad solo para 'adelantar cuaderno', para reírse de las anécdotas que tuvieron lugar durante una adolescencia compartida. Pero todo terminó luego de que no pudiera colaborar con todo el dinero para la celebración de una de las niñas y por eso, una de ellas me tirara dinero en la cara. Una persona que rescato de ellas me buscó luego para que firmara la tarjeta, fue un lindo detalle. Para sorpresa mía, quien me había devuelto mi dinero, había tapado mi nombre con corrector y había escrito sobre él. Tal vez para muchos sea una minucia, pero para mi fue algo que realmente me marcó.

La secundaria transcurrió así. Ojalá yo hubiese sido la niña "sapa" del salón para al menos justificar muchas cosas que sucedieron. Yo como muchas olvidé tareas y las pedí prestadas a cambio de dar otra o explicar un tema. Ayudé a mas de una en una recuperación, hasta el punto de tener que salir del salón porque le habían encontrado la "chiva" a una de ellas. Son cosas de las que me río, yo sé, no es algo porqué sentir orgullo. Pero en parte fui del común hasta cierto punto. Hubo un momento en el que mis cosas empezaron a desaparecer, habían trabajos que no estaban en mi carpeta, pero luego los recibía de alguna niña de otro curso que me decía, los había encontrado en la cancha ya sucios y pisados. Me escondían también mis carpetas, en una ocasión colgaron mis guantes en las lámparas y un vestido que había prestado en uno de los ventiladores del salón.

Pero tal vez todo eso no fue tan doloroso como el peor daño que me han hecho. ¿Qué necesidad tiene alguien de apropiarse de tu agenda donde escribes poemas y dibujas, tachar la primera página y arrancar el resto? Y mas encima, tener la cobardía de botar el cuaderno ya vacío a la basura. Esos versos murieron ahí, esas líneas no se volverían a escribir jamás. Me recuerdo ese día, cuando Claudia (que había encontrado la agenda porque tenía encargado el aseo del salón esa semana) me lo entregó en seguida se bajó de su recorrido (ruta escolar). Pasaba las hojas con la esperanza de encontrar algo, una tras otra en blanco. Me he preguntado por estos años ¿Por qué?¿Por qué rompieron mis alas de esa manera? Yo no me negaba a que le escribieran mis poemas a sus novios, desde que al final escribieran mis iniciales. Siempre lo hacían y se sentía bonito el hecho de que alguien mas suspirara con mis palabras. Fueron días tan difíciles en los que debía seguir bien académicamente mientras me derrumbaba por dentro. Eso no fue justo. Nunca recibí las hojas, ni supe quien era. Creo que he odiado a un ser sin rostro.

La explicación para todo lo que me ha sucedido siempre ha sido que es "por envidia". Y de nuevo, porque soy tonta y porque me dejo de todo el mundo. Pero para ese entonces no sabía como defenderme, no sabía que hacer ante un golpe, ante las típicas palabras de -Eres gorda, que cabello tan feo, no tienes senos- frente a esas pérdidas que solo se recuperaban de nuevo con mi trabajo porque un docente nunca recibiría como excusa que me habían robado o escondido un trabajo. En clases de educación física hubo veces que simplemente no jugaba, porque en más de una ocasión había salido llorando o simplemente, me retiraba al recoger mis gafas rayadas o rotas del suelo.

Estando en undécimo algunas cosas cambiaron, quizá porque era el último año del colegio. De ese año me quedaron dos personas, de una de ellas poco sé y de la otra me acuerdo mucho y sé que ella de mi también. Hemos intentado vernos, pero ha sido imposible. No estar en Ibagué ha sido una de las razones, al igual que estar aquí (algunas veces tan ocupada). Fue muy lindo ese -Feliz cumpleaños, aquí en Brasil ya es media noche- mientras me acordaba de una de sus cartas y de que me cantó en mandarín ese último 30 de octubre que pasé en el Cole.

A veces pienso que fue ridículo pensar que en la universidad encontraría ese grupo de amigos que tanto añoraba. La sorpresa fue darme cuenta que el hecho de estar cursando un pregrado o ser mayor no significa que tu nivel de "madurez" fuera superior. Sucedió eso de que tu mejor amiga se volviera tu enemiga. Y también pasó que tu mejor amigo se sumergió en su depresión y llegó el momento en que no podías hundirte con él. Con este joven que quiero mucho, también cometí el error de actuar como 'mamá', aunque lo dejé estrellarse muchas veces, discutimos ese mismo número de ocasiones.

Hoy el panorama está mejor. A mi lado tengo a un hombre adorable, él además de ser mi novio es mi mejor amigo, es una especie de polo a tierra... Pero por ejemplo en la universidad aún tengo la sensación de ser "la agregada", de no pertenecer. En el único lugar que me siento en familia es en la fundación, debe ser porque los gatos siempre me darán amor (y el día que me muerdan o aruñen -como ya ha pasado- seré consiente de que ha sido provocado). Mientras muchos se pasan la vida lamentándose, buscando "el amor de su vida", yo busco unos amigo que estén siempre ahí, a los que pueda buscar cuando me siento así, con estas ganas de llorar. Que no piensen que estoy loca por estar deprimida, que no pregunten una y otra vez el porqué de esta tristeza de la cual aún busco la razón. Ya no quiero sentirme sola.

Otra veces me olvido de quienes me quieren, he conocido gente valiosa que sabe después sobre estos momentos y me dicen -Por qué no me contaste? Debiste haberme llamado- Supongo que tengo la cabeza buscando algo que ya he encontrado. A pesar de que no los vea siempre o vivan en otra parte, son mis amigos.



Daniela Alejandra González Caicedo

sábado, 14 de septiembre de 2013

Te extraño

Te extraño.
Aunque no lo grite,
Pero desde el cielo
Has limpiado mis lágrimas
Porque en mi silencio
Te he pensado.

Te extraño
Y tengo miedo.
Todo habría sido tan diferente
Si hoy estuvieras a mi lado.

Te extraño a ti y a ella,
A la sonrisa cálida,
A los muchos nombres,
Hasta aquellas cosas
Que disgustaban a mamá.

Te extraño aunque no te recuerde,
Aunque seas la imagen de muchas historias,
A veces creo que me abrazas en la soledad.

Tú estás en los dulces,
En la voz de mi guitarra,
En el cobertor descolorido.
Tú, que fuiste madre sin engendrar.

Tú,
Aunque sería mejor “ustedes”

Ustedes, las que hicieron de ellos
Las luces que hoy iluminan mi camino.
Porque sé que en las caricias de ellos
Están sus manos,
Y sus enseñanzas, en sus labios.

Las amo.



Daniela Alejandra González Caicedo

lunes, 17 de junio de 2013

Sueños



A veces se perdía mirando el cielo que parecía un mar escarlata sobre sus ojos, se llenaba de botones brillantes y nubes doradas, las corrientes inquietas de viento formaban nudos entre los árboles y murmuraban los secretos del atardecer. Luego salía ella, su gran musa, vestida con hilos plateados y enredada en gasas de algodón, solitaria en medio del frío, colmada de sueños y suspiros. Las noches eran lo más místico que había para ella, podía soñar sin temer… Le tenía miedo a la soledad.

De noche era ella y sus amigos imaginarios, eran las mariposas tornasol que se le metían entre sus rizos carmesí para adornarle el cabello. Dejaba que su mirada perdida paseara entre las calles desnudas, las lágrimas se detenía para no rodarle más por el cuello y podía sonreír dentro de sus versos. Las palabras cobraban vida, los cuadernos a veces no eran suficientes, gastaba sus lápices de colores pintando arco iris nocturnos, dibujaba en sus paredes caligramas con poemas de amor sin destinatario. La lluvia era rocío de diamantes que le lavaban en alma herida, le adornaba la piel, le humedecía las pestañas gastadas de tanto llorar. Era solo esos momentos, de estar consigo misma, los que le daban paz. La melancolía se dormía por un rato y se dejaba llevar por sus deseos. La realidad era una pesadilla que le oscurecía la mirada, ella no era así porque quisiera, se la pasaba buscando la razón a su inmensa tristeza.

Los suspiros se entretejían para amarrarse en su atrapasueños hecho con plumas de ángel, ella era un ángel que ya no podía volar y había aceptado quedarse aquí, en la tierra donde los hombres al parecer, habían olvidado amar. El corazón se le salía del pecho y los sentimientos por los poros, pero no poseía un ser a quien brindarle tanto cariño. Estaba en un mundo de pocos amigos. De día era ella y sus pies, su camino infinito hacía un lugar indeterminado. Era ella contra sus demonios, contra la contaminación que le ahogaba, contra sus pesadillas reales e inevitables.

De nuevo había oscuridad y ella podía brillar como la estrella que era. Todos eran ciegos, no veían más allá de sus propios intereses. Eran ellos, en su egoísmo, entre tratados sobre su ego y espejos encantados. Mientras tanto, ella se quedaba creando mundos imposibles, historias y criaturas fantásticas que le harían compañía cuando el sol bostezaba el ocaso. Tal vez perdía el tiempo, quizá era su única manera conocida para ser feliz.

Un día, mientras transitaba por la ciudad gris un avioncito de papel le cayó a los pies. Ahí estaba él, con la sonrisa tímida y los ojos inocentes, era un adulto con curiosidad de niño. Recogió el juguete improvisado, lo dobló al meterlo en su bolsillo, acomodó su maletín de cuero y con un leve movimiento se despidió apenado. Era la primera vez que se perdía en unos ojos de sol, la primera vez que había deseado quedarse entre unos labios escuchando una respiración agitada. Parpadeó, pasó sus manos de terciopelo por su rostro inmaculado, no era de noche, era el primer día que no parecía pesadilla.

Siguió caminando en busca de una biblioteca, donde, como ratoncito se metería en los rincones más apartados a buscar cuentos de hadas, libros de poesía, tal vez recorrería con sus dedos los lomos rojos, azules y verdes en busca de nombres curiosos, de poemas de Niño o Rubén Darío. Luego, se sentaría en un banco de madera a las afueras del edificio a contemplar el firmamento que se hacía cada vez más azul. Le susurraba a las nubes canciones para que bailaran de un lado al otro en el firmamento. Tenía una felicidad fugaz que le surcaba el pensamiento, solo podía pedir volver a verlo.

Pasaron los días y nuevamente, el frío se apoderó de sus huesos, mientras la tormenta de tropiezos le atravesaba los pasos. Todo parecía haber sido esa esperanza que no quería agotar, la aguja perdida en el pajar de inconsistencias. Ella volvió a sus noches de ensueño. Siguió escribiéndole a la luna, tal vez, ella que guardaba los secretos de todo el mundo sabía dónde estaba él, tenía que ser real. Esa noche, dejó caer su pequeña cabeza sobre la blanda almohada de su cama, cerró los ojos e intentó soñarlo.

El maullido de su gato la despertó, abrió sus ojos cafés y no lo encontró a su lado. Había dormido por primera vez y él había estado con ella, había sido el protagonista de su momento onírico, era el príncipe de su utopía. No entendía como creía que era el indicado cuando solo lo había visto una vez. Para ella había sido suficiente aquel acontecimiento, fueron necesarios solo unos segundos para sentirse plena y a su vez, con la distancia que tomaban sus cuerpos, sentirse incompleta. Ahora era él quien encaja en cada poesía.

Ese fue un día lluvioso, los árboles se mecían mientras las verdes hojas se desgarraban de sus ramas firmes y tortuosas. Cada una se dejaba llevar entre las cadenas de aire que formaban ovillos con las gotas de agua que caían sonoras sobre el suelo… Desabotonó su ligero vestido y quiso fundirse entre los sollozos del cielo. Se volvió a sentir sola, se dejó caer desnuda, quiso morir, la ansiedad se le comía de a poco el anhelo. El prado esmeralda le abrazaba las curvas sutiles, se envolvía en el calor de su propio cuerpo hasta que quedó inconsciente.

Las sábanas empezaron a estorbarle, no estaba acostumbrada, ella no dormía, no necesitaba de ellas. Un momento ¿sábanas?, no sabía dónde estaba. Solo podía ver una mano que sostenía la suya. Le eran conocidos esos dedos pequeños y cálidos. No quería apresurarse, no sabía si era nuevamente un sueño. Había momentos en los que creía que nada era real. Olía a chocolate caliente, se escuchaba música de fondo, veía también lucecitas adornando el lugar, un toldillo cubría la cama de extremo a extremo, había flores por todas partes, se sentía con un lugar en el universo aunque desconociera dicho hogar. Y entonces, entre tanta observación y asombro retiró su mano de la pequeña armadura de caricias.

Era él, cansado, con la cabeza apoyada a su lado, con la boca diminuta y las cejas graciosas, con las mejillas tiernas, con el pecho amplio. Había sido él, protegiéndola de sí misma. Ella, extendió sus dedos hasta acariciarle el cabello. En seguida, volteó la cabeza y esbozó una sonrisa ya conocida, una sonrisa hermosa, una pequeña media luna entre sus labios. Se había empeñado en buscarlo, pero sin pensarlo, se había perdido así misma. Era una niña extraviada entre sus miedos y él, era lo que siempre había querido encontrar.

Él se la había topado mientras corría sin dirección, bueno tal vez ella era eso, su destino. La levantó y la llevo consigo, la conocía desde siempre, quizá de otra vida. Él también era un ángel, su ángel. Se quedaron entre las cobijas blancas, detallándose con la mirada, contemplaban la perfección de sus errores, de sus tristezas sin fundamento, de sus miedos sin sentido. Ambos le temían a la soledad, pero ya no, no estaban solos, habían llegado allí para acompañarse.

Las noches entonces, iban a llenarse de poesía, de abrazos largos, de besos en los párpados para quedarse dormidos. Los días, serían lo que siempre debieron ser, la realidad ineludible que ahora de la mano, debían superar. Se habían encontrado para quedarse juntos, para verse reflejados y entender que todo llega en el momento adecuado.



Daniela Alejandra González Caicedo

martes, 28 de mayo de 2013

Carta


No he sabido como decirle que lo extraño. Es difícil, o simplemente así quiero verlo. Ya no estoy enamorada de usted, pero no podría evitar decir que aún quiero a la persona que conocí. A veces, me siento cobarde al verlo caminar a mi lado y sé que mis mejillas se tornan rojas y que sus ojos se han fijado en ello. ¿Por qué nos convertimos en desconocidos? Es una pregunta que a veces me martilla el pensamiento, que luego, después de mucho repetirla se empapa de recuerdos. Y es eso, mi querido infante lo que sucede, me gusta recordarlo con su cámara o la mía, con su sonrisa y con sus largas pestañas donde algún día quise soñar. Deseé muchas veces quedarme en su mirada para intentar ver su mundo, pero es algo imposible, solo usted puede retratar las cosas como las imagina. ¿Se acuerda que dijimos que un día podríamos volver a salir a tomar fotografías?, aun no comprendo cómo no he sido capaz de al menos invitarle un café.

Ya ha pasado un buen tiempo y necesitaba escribirlo, no espero nada, no sé si lo lea. Solo quería decirle que es agradable sonreír al pensar en usted.



Daniela Alejandra González Caicedo

sábado, 11 de mayo de 2013

Platónico


Déjeme decirle que sus rizos
Parecen nubes enredadas en el cielo al atardecer
Y que su sonrisa,
Es el último aliento del sol en el occidente.

Que cuando le veo,
Me da la impresión de que levita.
Que sus pies flotan
Para no pisar el suelo que yo piso,
Porque usted no es de este mundo.

Entonces,
Mientras su imagen sigue allí,
Dejo que mis suspiros se vayan en el viento
A ver si al menos ellos
Logran acariciarle las mejillas

Su piel parece porcelana,
Es tan blanca que pienso,
Llega a ser transparente.
Como supongo es su alma:
Clara, tierna...

Y cuando voy a la cama,
Desearía ver su cabello sobre mi almohada,
Para respirarle en el cuello
Y darle besos en los párpados ya dormidos



Daniela Alejandra González Caicedo

martes, 2 de abril de 2013

Como no extrañarte

Quisiera poder llevarme tus labios en una botella
Y beber de tus besos cuando tenga sed de ti.
Desearía que tus ojos fueran estrellas
Y sentir tu mirada cada noche
Y que entre mis sábanas se quedara tu piel,
Así la soledad no me atormentaría al dormir.

Porque cuando no estoy contigo
Suelo sentirme sin mí.
Las manos las siento vacías
Si tus dedos no se abrazan con los míos.
La boca me sabe a hiel
Al no rozarse con la dulzura de tus mejillas.

Como no extrañarte
Si me gusta que recorras mi cuerpo con tus dedos
Como cuando estás descubriendo algo nuevo,
Sin dejar de explorar centímetro alguno.
Y pasearme desnuda entre tus brazos
Para que me vistas la cintura con caricias
Y los pechos con besos.

jueves, 14 de marzo de 2013

Demonios

Mis demonios
Hacen nudos mi garganta,
Para que cuando hable
Mis palabras suenen enredadas.
Para que no pueda decirle que lo amo
Y él, que me ama.
Para que mi inspiración
Ya no le bese la mirada.

Mis ojos se llenarán de lágrimas,
Para llorar mis penas
Y mis letras ya dañadas.
Para mojar las pérdidas
Y borrar las esperanzas.

Porque si ya no escribo
De nada vale la vida…
Para qué papel en blanco,
¿Para qué mi mente vacía?
Para qué sirven mis manos
Si no es para escribir poesía.



Daniela Alejandra González Caicedo

martes, 26 de febrero de 2013

Perfecto

Eres mi casualidad más bella,
La excepción a la regla.

Eres el regalo del destino,
Eres tan complejo,
Tan distinto.

Eres la mano
Que me salva del abismo,
La fuerza
Que me impulsa
Aun cuando tengo miedo.

Eres un tesoro
Del que quiero hacerme dueña,
Pero eres tan tuyo
Que no te siento mío.

Eres un sueño
Y mis ojos te ven tan real.
A veces no lo creo
y pienso que eres perfecto.



Daniela Alejandra González Caicedo